Daniel Johnston, el cantante loco que enamoró a Bowie y a Kurt Cobain
Su padre, piloto de aviación en la II Guerra Mundial, decidió llevarlo de vuelta a Virginia en su avioneta y durante el trayecto Daniel sufrió un episodio maniaco, apagó el motor y tiró las llaves por la ventana porque estaba seguro de ser Casper (sí, el fantasma) uno de los personajes de su universo pictórico personal.
Hay pocas cosas tan difíciles como escribir una canción sencilla. Una de ellas es componer una canción sencilla que hable con optimismo de cosas feas como el desamor y el miedo. El pop lo ha intentado con aciertos gloriosos y una fórmula casi matemática: letras tristes, melodías alegres. Y Daniel Johnston (California, 1961) lo consiguió añadiendo otro elemento a la fórmula: decir siempre la verdad.
Contar su vida sin el filtro de la cordura, sin artificios y sobre todo con la alegría genuina que sólo puede tener un demente o un monje budista de los de antes, hizo en los ochenta que su voz fea, infantil y desafinada generara más belleza que todos los certámenes de Miss Universo juntos. Algunos quizás no aguanten su sonido estridente y trivial y pensarán que se convirtió en el referente freak de la escena independiente de los noventa porque estaba como un cencerro y eso vende. Pero a esos hay que preguntarles en qué convierten ellos su sufrimiento y recordarles que Johnston lo convertía en canciones alegres y en dibujos.
“Soy un ser extraordinario y vas a ser feliz cuando me escuches”.
Así de seguro y dicharachero se presentaba Daniel Johnston en la década de los ochenta a cualquier persona que se encontrara por la calle. enía 22 años, acababa de grabar su última maqueta titulada, ‘Hi, How are you?’*y, como suele ocurrir con el desorden bipolar severo, hacía tiempo que sabía que algo no iba bien.
Primero fue en el instituto y luego en la universidad. Nadie hubiera dicho que aquel niño que desesperaba a su familia grabando cualquier hecho cotidiano parecía más raro que creativo, ni más solitario que simpático o cantarín. Pero la enfermedad se manifestó en cuanto salió de casa y golpeó donde suele, en el corazón.
Cuenta que se enamoró de Laurie Allen nada más verla en el campus. Y durante meses la persiguió con su Súper 8 platónico y obsesivo hasta conseguir que ella, entre risas, pronunciase la frase “I love you Daniel”. Lo de menos fue la reproducción día y noche de aquel fragmento que, por supuesto, no era real sino impostado. Lo terrible fue que perdió el foco que había podido mantener más o menos nítido produciendo incansablemente pinturas y música.
A su rutina de encerrarse en el sótano a dibujar y grabar canciones como quien escribe un diario sumó ingresos en psiquiátricos, altas, diagnósticos y medicación. Él era oficialmente un enfermo con aspiraciones artísticas en las que nadie creía pero la vida seguía en Austen, la ciudad a la que sus padres le habían enviado a vivir con su hermano intentando evitar que se aislara del todo. Daniel frecuentaba los ambientes musicales y repetía la frase presentación de Hi, how are you? casi como un mantra (¡Soy un ser extraordinario y vas a ser feliz cuando me escuches !) .
Consiguió que sus canciones fueran más o menos conocidas en los ambientes underground de la capital de Texas pero no lo suficiente como para que la MTV lo invitase a participar cuando visitó la ciudad para describir el pulso artístico local. Daniel no solo era un desastre formal sobre el escenario sino que apenas había “teloneado” a alguna banda amiga cuando decidió colarse en el show televisado del canal de moda.
Como no sabía lo que le esperaba, para él ya se había cumplido el sueño y tocar de vez en cuando en festivales y salas hizo que empezar a hacer cosas de artistas malditos como consumir drogas y dejar la medicación cada vez que actuaba. Durante unos años los estados de euforia ganaron a los de la depresión y la enfermedad cogió fuerzas. Laurie dejó de ser su principal obsesión y Satanás ocupó por un tiempo el lugar de la chica, quizá como venganza hacia el hijo de una familia ultra católica.
Su padre, piloto de aviación en la II Guerra Mundial, decidió llevarlo de vuelta a Virginia en su avioneta y durante el trayecto, Daniel sufrió un episodio maniaco, apagó el motor y tiró las llaves por la ventana porque estaba seguro de ser Casper (sí, el fantasma) uno de los personajes de su universo pictórico personal. En una biografía convencional aquí acabaría su historia por muerte anticipada del protagonista. Pero en la suya no. El padre logró aterrizar la avioneta en una zona de bosque frondoso y ambos resultaron ilesos, aunque el aparato quedó destrozado.
Ingresó en un psiquiátrico, la vida familiar se reorganizó en función de sus cuidados y la montaña rusa emocional y artística continuó una temporada hasta que Kurt Cobain, el líder de Nirvana –también con problemas mentales– apareció en una gala de la MTV vistiendo una camiseta con la portada de Hi, how are you?, con la célebre rana de ojos-antenas dibujada años antes por Johnston y asegurando idolatrar su música.
Era 1992 y el resto de la historia es conocida. Artistas como Tom Waits, Wilco, M. Ward, EELS o Beck versionaron sus canciones. David Bowie lo calificó como "un tesoro americano" y Matt Groening afirmó que es su compositor favorito. Sus ejércitos de “patos contra el demonio” y otras pinturas de superhéroes, fantasmas y monstruos siguen cotizándose en miles euros y ahora valdrán el triple. Centenares de composiciones cuya belleza abruma a pesar de la ausencia de producción, por no hablar de la curiosa relación de Johnston con el tono y la armonía.
Fans que le dedican aplicaciones que otros fans descargan en sus smartphones … Pero Daniel, según decían sus allegados no sabe lo que es un Iphone, había perdido su autonomía y también el sentido de la realidad. Hasta sus últimos días, seguía sonriendo al acordarse de Laurie, seguía escuchando a The Beatles, y vivía monitorizado 24 horas en una casa anexa a la de su padre, un anciano de 93 años que, en el documental The Evil and Daniel Johnston,lloraba al recordar la escena de la avioneta y se preguntaba quién cuidaría de su hijo demente cuando él faltase.
En el documental, su padre parecía orgulloso, pero no acababa de entender qué vio el público en las canciones con sonido turbio de cinta cassette de su hijo. Quizá alguien debería haber tranquilizado al señor Johnston y haberle asegurado que si Daniel seguía adorando la música de The Beatles es que era feliz, en cualquier caso, era un ser extraordinario que hacía feliz a quien lo escuchaba … escribiendo canciones sencillas.
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