Jennifer Lopez desfila con el icónico vestido de Versace que ayudó a crear Google Imágenes

Hay muchos vestidos que pasan a la historia. Algunos representan cuentos de hadas de verdad (el de Cenicienta), de mentira (el de Lady Di en su boda) o truncados (el Chanel ensangrentado de Jackie Kennedy). Otros reescriben lo que el mundo entiende por elegancia (el Givenchy de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes), por erotismo (el incontrolable Travilla de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba) o por patriotismo (la ajustada bandera británica de Geri Halliwell, con el símbolo de la paz en el trasero). Algunos solo se quedan en la memoria sentimental del público porque se viralizan como bromas: los filetes de ternera de Lady Gaga, la tortilla francesa de Rihanna, el vestido blanco y dorado/negro y morado. Hay muchos vestidos que pasan a la historia. Pero muy pocos consiguen cambiarla.

Jennifer Lopez estaba nominada en los Grammy de 1999 a la mejor grabación dance por Waiting for Tonight. También iba a entregar el premio al mejor álbum r&b y, aquella mañana, no era mucho más que (lo que dos décadas después Ojete calor bautizaría como) una mocatriz: modelo, cantante y actriz. Aunque conocida, no especialmente ilustre en ninguno de los tres roles. Lopez, que estaba muy ocupada rodando Planes de boda, ya se había decidido por un sencillo mono negro de Oscar de la Renta cuando le llegó a última hora desde Milán un envío de Versace. Al probárselo, la habitación vivió una de esas reacciones que solo ocurren en los realities de vestidos de novia: todos los seres humanos allí presentes (su manager, su publicista, su maquillador) contuvieron la respiración ante las dudas de Lopez, que no estaba convencida de ponerse un vestido que ya habían llevado otras mujeres en público.

La propia diseñadora, Donatella Versace se lo había puesto para la MET Gala en diciembre de 1999. Al mes siguiente, Geri Halliwell lo había llevado en los NRJ Music Awards. Y la modelo Amber Valletta ya había causado sensación con el vestido tanto en la pasarela como en una campaña de la colección de la primavera 2000 de Versace que llevó a Vogue a proclamar que aquel vestido de 15.000 dólares exultaba “todos los ingredientes imprescindibles en Versace: sexo, colores luminosos y actitud salvaje”. Valletta, Halliwell y Versace lo llevaron antes, pero no lo llevaron mejor: la estilista Amber Lieberman convenció a Lopez de ponérselo porque ese vestido crearía “un momento” en la alfombra roja. Lieberman se estaba quedando corta.

“Era un vestido bonito, pero no me imaginaba que provocaría tanto revuelo”, reconoceLopez. Al poner un pie en la alfombra roja junto a su novio Sean “Puff Daddy” Combs, con quien acostumbraba a aparecer vestida con ropa urbana y deportiva, Jennifer Lopez empezó a escuchar murmullos: “La gente se puso frenética, pero yo no tenía ni idea de que era por el vestido”. No fue hasta que salió al escenario que se dio cuenta de la sensación que estaba causando. Su acompañante David Duchovny, mucho más famoso que ella en aquel momento gracias a Expediente X, arrancó su intervención con “por primera vez en cinco o seis años, estoy convencido de que nadie me está mirando a mí”.

La web de búsqueda Google, que había nacido 16 meses antes, comprobó la repercusión del vestido cuando “Jennifer Lopez dress” se convirtió en el término más buscado en toda su corta historia. El problema es que generaba miles de resultados de páginas web que no siempre eran lo que el usuario buscaba: ver el dichoso vestido para comprender el revuelo. Así fue como al equipo de Google se le ocurrió incorporar la pestaña “Google imágenes” a su buscador. “Yo lo que me pregunto es dónde está mi cheque”, bromeó Lopez al enterarse de cómo su vestido modificó la forma de comprender internet. De este modo, internet se convertía en una experiencia mucho más parecida al mundo real: la comunicación online ya no era ahora eminentemente verbal, sino que también se había vuelto visual.

¿Pero era para tanto el vestido en cuestión? Respuesta corta: sí. Por un lado, la imagen de Jennifer Lopez con él puesto resulta hipnótica. Es una mujer sexual pero no vulgar, con un vestido revelador pero no ajustado, que muestra gran parte de su abdomen pero lleva los brazos y las piernas completamente cubiertos; por transparencias, eso sí, lo cual invita a quedarse mirando más tiempo. El peinado en coleta alta, las sandalias y la sonrisa relajada de Lopez neutralizan el erotismo del vestido y construyen un look más de pareo, bata y chiringuito en Ibiza (chiringuito caro) que de alfombra roja en Hollywood. “Ese vestido puso el marcador a cero en la alfombra roja al romper sus normas: no buscaba ser atemporal ni se tomaba demasiado en serio”, analiza Anabel Vázquez, periodista de moda y cultura pop. “El estampado tropical, el escote bestial en uve, el hecho de que ya hubiera sido llevado en otras alfombras rojas… Nada de eso era habitual. Ni siquiera el color verde”.

Los primeros en verlo sintieron asombro y los demás acudieron atraídos por la curiosidad: ¿a qué venía tanto alboroto? Así fue cómo se construyó el primer gran momento viral de internet, cuando no solo no existían las redes sociales sino que la mayoría de seres humanos todavía navegaba en cibercafés. “En aquel momento todo tenía más capacidad de choque y de permanencia que ahora”, recuerda Vázquez, “pero además aquel vestido es una prenda totalmente conectada con la sensibilidad y la estética de Jennifer Lopez. Eso trasmite mucho poder. Sirvió para darle un estatus de estrella con ojo para la moda y obligó a las marcas serias a prestarle atención”. Esa energía de mujer sexy pero en control y sin disculparse por ello marcaría la imagen pública de Lopez como artista y como celebridad. 20 años sigue atrayendo la atención de la prensa y del público cada vez entra en escena.

Donatella Versace, por su parte, legitimó su liderazgo al frente de la casa de su difunto hermano Gianni, asesinado un par de años antes. El vestido verde hizo lo mismo por ella que el icónico minivestido negro con ribetes dorados de Liz Hurley había hecho por Gianni en 1995: incorporar su arte a la cultura pop. Como analizó Alex Margary, “Versace define las paradojas de un controvertido feminismo de nueva generación, que celebra el empoderamiento de atraer la mirada masculina para manipularla”, una actitud con la que años después las Kardashian construirían un imperio. Aquel vestido verde y azul que sugería selva, playa y una vida mejor fue admirado aspiracionalmente por el gran público, ese que jamás podría permitírselo, como una construcción arquitectónica –¿cómo podía mantenerse así de unido al cuerpo de Lopez? Con muchísima cinta adhesiva de dos caras, pero descubrir el truco no arruinaba la magia–, como una obra pictórica –¿dónde empieza el verde y acaba el azul?– y como una pieza de orfebrería –el broche en la entrepierna que parece sostener todo lo que está ocurriendo–. Y la victoria de la protagonista, Jennifer Lopez, fue conseguir llevar el vestido sin que en ningún momento el vestido la llevase a ella.

Aquella noche Jennifer Lopez se reivindicó a sí misma como una estrella y una marca, Jlo, que daría título a su segundo disco con el que consiguió el récord de tener un álbum y una película (Planes de boda) en el número 1 a la vez. Hace dos semanas Lopez celebró su 50º cumpleaños luciendo otro diseño de Versace, que ha comercializado unas zapatillas con el estampado verdiazul, y ella misma recreó vestido para su gira de 2014.

Aquel “momento” cambiaría la forma en la que la gente consume los eventos de Hollywood: hoy todos los medios, los que tienen mucho prestigio y los que no tienen ninguno, actualizan a tiempo real las galerías con todos los looks de la alfombra roja para que los usuarios aprecien cada detalle. El Grammy que entregaron Lopez y Duchovny aquella noche, por cierto, fue para TLC y Jennifer Lopez no ganó el premio al que estaba nominada. ¿Pero alguien podría considerarla una perdedora?

Artículo publicado originalmente en julio de 2019 y actualizado

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