La estrepitosa caída del dueño de WeWork: de milmillonario a la posible ruina en solo un mes
WeWork, una empresa con alma de Silicon Valley y cuerpo de inmobiliaria de oficinas, intentó en septiembre convertirse en la gran salida a bolsa de 2019: un unicornio valorado en más de 42.000 millones de euros. Con toda la fiabilidad de un banco japonés detrás -SoftBank, que había inyectado más de 4.000 millones de euros-, y liderada por el último gran CEO del mundo startup: Adam Neumann, cofundador de la misma. Disruptivo, melenudo, entusiasta, altísimo israelí de 41 años y casi dos metros, famoso por montar fiestas legendarias incluso en los peores momentos. El próximo Steve Jobs con pelo. Con el valor de sus acciones, Forbes le asignaba en marzo un valor cercano a los 3.700 millones de euros, suficiente para contarse entre la élite de los milmillonarios. Todo estaba hecho, ¿no?
Hoy, Neumann ya no es el CEO de WeWork, o We Company, o como quieran llamarla. La salida a bolsa se ha suspendido indefinidamente. Esos 42.000 millones de euros son hoy una mísera fracción. Neumann ya no aparece en la lista de milmillonarios, "y es improbable que vuelva a aparecer", sentenciaban en Forbes. En Tatler ponen el valor de sus acciones incluso por debajo del millón de euros. Si no entra dinero líquido -algo que SoftBank se está planteando, con unos 900 millones de euros para hacerse con el control de la máquina de quemar dinero que es WeWork- la empresa podría quedarse sin efectivo antes de Navidad.
Lo que pasó fue la tozuda realidad, ayudada por el errático comportamiento de Neumann y su familia. Antes de seguir: su mujer, Rebekah Paltrow Neumann, es prima de Gwyneth Paltrow. También era directora de marca en la empresa antes de que ambos fuesen obligados a renunciar en el consejo- y fundadora de una escuela privada de primaria llamada WeGrow, que también echará el cierre estos meses. Neumann había fundado WeWork en 2010, tras dos fracasos previos: una inmobiliaria similar de escaso recorrido, y una empresa de ropa para bebés. Con WeWork, empezó a acercarse a su sueño de ser milmillonario y famoso en todo el mundo. Y eso que el negocio, aunque vendido como si fuese una startup tecnológica, en realidad era más cercano a una inmobiliaria clásica, aunque desmesurada: WeWork invertiría en alquileres de grandes espacios de oficinas, y los fragmentaría para que cada autónomotuviese su rinconcito de coworking.
El primer problema es que la valoración de las empresas salvajes de Silicon Valley es una cosa -esos 42.000 millones de euros, que eran tan etéreos como los sueños y volátiles como el tequila en las fiestas de la empresa- y la lógica de los procedimientos bursátiles es otra. Antes de salir a bolsa, WeWork tuvo que cepillarse de un plumazo casi un 60 por ciento de esa valoración: los accionistas, con la Comisión del Mercado de Valores estadounidense revisando las cuentas, tenían que esperar que WeWork valiese 18.000 millones como mucho, en vez de los 42.000 con los que llevaban meses calentando titulares. A cambio, en los documentos de la salida a bolsa podían encontrar un nuevo número: 169. El número de veces que el nombre de Adam Neumann aparecía en la información oficial de salida a bolsa. Como si fuese un valor en sí.
El otro problema es que a Neumann y su familia les perdía la codicia en minúsculas. Sólo así se explica que el Wall Street Journal destapase un esquema que convertía las oficinas de WeWork en una pirámide de Ponzi, y un castillo de naipes financiero. Tanto la valoración como la codicia tenían el mismo punto en común. Aunque operase como una empresa tech de las que se alimentan de capital riesgo hasta que aciertan con el modelo de negocio -el modelo Facebook: primero crecemos quemando dinero yluego ya nos planteamos cómo sacar dinero a todos esos usuarios-, dependía del ladrillo. El ladrillo es una cosa cara, sólida, muy poco disruptiva y dinámica si no coges uno y lo lanzas. WeWork tenía que gastar mucho, muchísimo dinero para hacerse con los mejores espacios y luego poder realquilarlos. Y, en teoría, WeWork no invertiría en propiedad. Sólo alquilaría. WeWork, en origen, no iba a comprar los espacios de los que dependía su negocio -algo en lo que Amancio Ortega podría darles lecciones-…
…Pero Adam Neumann sí.
La investigación del Wall Street Journal puso de relieve un pequeño escándalo: Neumann, intependientemente de WeWork, compraba oficinas que luego alquilaba a WeWork. A todos los efectos, era su propio casero. Si esto suena sucio, preguntémonos cómo conseguía el dinero para comprar esas oficinas. Una de las posibles respuestas está en los documentos que tuvo que facilitar en agosto para poder salir a bolsa: con préstamos millonarios que WeWork le hacía, al 0,64% de interés. Es decir, el director ejecutivo de una compañía dedicada al negocio inmobiliario compraba propiedades para alquilar a su empresa y, al mismo tiempo, se concedía préstamos millonarios desde su empresa. Estamos hablando de un esquema en el que hay en juego millones, de acuerdo. ¿Cinco millones, veinte? ¿Más de 300 millones de euros, como en un último préstamo que pidió para comprar opciones sobre acciones de su propia empresa y luego restituyó en forma de esas acciones? ¡Estamos hablando de alguien que tenía entre manos una salida a bolsa de decenas de miles de millones de dólares!
Ni siquiera es lo peor. En julio, cuando empezó la reorganización para la salida a bolsa, WeWork decidió cambiar su marca -recordemos, la responsable de ese apartado era la esposa de Neumann- y llamarse The We Company. Una marca registrada que era propiedad de Neumann y por la que WeWork le pagó 5,4 millones de euros. Algo que también quedó en evidencia durante la fallida operación y que llevó a Neumann a devolver ese dinero a la compañía -cuando ya empezaba a mostrar pies de barro y el consejo de administración le obligó a limitar su poder de votación, hasta entonces omnímodo-. Jugarse el sueño de una vida, a tres peldaños del triunfo total, por cinco millones de euros.
Pero en realidad el triunfo total sólo existía en los discursos alimentados por tequila del CEO. Desconfiad de quien os diga -y parezca que lo cree- "¡tenéis superpoderes!", gritaba a los empleados-. Neumann, de hecho, afirmaba tener un superpoder: "el supoder del cambio".WeGrow, el plan de Rebekah Neumann para crear escuelas privadas para jóvenes talentos, tenía como misión "desatar los superpoderes de cada ser humano".
El superpoder de Adam Neumann fue intentar sacar a bolsa su empresa con unas pérdidas previstas de 690 millones de dólares nada más llegar al parqué. Con préstamos por devolver (los de WeWork, no los de Neumann) que suponían como mínimo 300 millones más en pocos meses. Teniendo que ustificar su doble función como casero y beneficiario. Y todo entre fiestas organizadas por familiares contratados a dedo y que podían superar los 30 millones de euros de presupuesto.
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