La invasión de los ultracuerpos

No tengo eso que muchos tienen en la gran ciudad: el pueblo. Emigré de una ciudad mediana a una ciudad cinco veces mayor. Lo más parecido a «el pueblo» que he podido conocer ha sido el barrio, que un poco sí que se parecía a un pueblo, con sus casitas bajas y sus bloques de pisos más bien pequeños. También he vivido lo de sacar las sillas a la calle, sentarte con las vecinas «a la fresca», que nos conociéramos todos (para bien y para mal) y supiéramos las andanzas de uno y otro. Pero ese mundo estaba integrado en una ciudad, y bastaba cruzar una avenida (frontera invisible con otro barrio) para cambiar de universo.

En Madrid no he visto ese ambiente de barrio en el que me crié, debe ser porque he vivido todos estos años en barrios céntricos y barrios de “gente bien”, donde no hay tanta confianza entre vecinos. Quizá me aventuraría a decir que esta clase de confraternización se da en los PAU.

He comentado en alguna ocasión que Amante es carne de PAU, que son esos megabarrios construidos en los límites de las grandes ciudades, donde cada manzana alberga un núcleo de vecinos, con sus piscinas, sus pistas de pádel, sus parques infantiles… Todas las comodidades para no tener que salir de allí para nada. Espacios «seguros», y un poco alienantes, al menos para mí.

La población de los PAU está compuesta en su inmensa mayoría de parejas jóvenes con niños pequeños. Te casas y te metes en una hipoteca y unos gastos que o se cubren entre dos o lo tienes muy complicado. Porque la rueda de hámster está pensada para moverla a dúo: te casas, te compras el piso y tienes uno o dos críos (los más inconscientes, tres o más).

Todo funciona perfectamente hasta que uno de los dos se da cuenta de que eso no es lo que necesita: o porque ya no quiere a su pareja, o porque se cruza otra persona, o porque uno de los dos le da mala vida al otro.

Cuando Amante se divorció, vendió su piso del PAU (en el que adoraba vivir), repartieron a partes iguales lo que quedó, y se volvió al barrio obrero donde se había criado (más asequible para un solo sueldo), pero regularmente va a visitar a sus amigos de allí. También regularmente me cuenta que su vecino Fulanito o Menganito se separa. Van “cayendo” a razón de dos o tres cada año. Todos con críos, todos establecidos en ese universo paralelo del PAU, donde vivían felizmente alienados. En todos los casos son ellas las que han tomado la decisión de separarse y siempre son las que se quedan en el piso y él se tiene que marchar.

La historia se repite una y otra vez: no sé qué ha pasado, de repente ella ha mutado, se ha convertido en otra persona, parece que la hayan cambiado por otra.

Y no, no es otra persona, ni hay vainas extraterrestres (como en La invasión de los ultracuerpos) escondidas en los pinares que rodean el PAU. Lo que pasa es que se ha dado cuenta de que va a pasar el resto de su vida en ese lugar, con esa persona de la que ya no está enamorada, que está metida en un círculo vicioso en el que se ha olvidado de si misma, en pos del proyecto común, y que ese proyecto ya no es el suyo, que siente que no vive.

Da igual por lo que sea, si es por otro o por sí misma, el caso es que mete un palo en la rueda del hámster y ya nada vuelve a ser igual.

Yo, sin ir más lejos, he hecho saltar la rueda. De repente es el caos, todo es un desastre, es complicado volver a encajar las piezas, y requiere de tiempo. El coste emocional y económico es tremendo, pero no hay más remedio si has tomado la decisión.

Pero yo entiendo que es un coste que hay que repartir a medias: ya bastante caos se monta como para que encima uno de los dos resulte doblemente perjudicado y se quede sin pareja, sin hogar y sin dinero. Y me explico mejor: no me parece muy honesto pretender cambiar tu vida y que el coste económico de ese cambio lo asuma el otro. Las custodias compartidas (siempre que sea factible) y el reparto de las cargas económicas deberían ser equitativas (equitativas en el sentido de «justas»). Y si no se puede seguir manteniendo el nivel de vida del PAU, pues habrá que apechugar con ello. Cambiar de vida exige sacrificios.

Ser libre es muy caro, lo digo por experiencia propia. Ser honesta, también.

Pd: Soy consciente de que esto es very unpopular opinion.

Pd2: Para ayudarte a hacerlo de la mejor manera posible, para asesorarte en todas las dudas que puedas tener, para mediar en conflictos, incluso para revisar acuerdos de separación, existen Centros de Apoyo a las Familias. En Madrid puedes encontrarlos en este enlace + info. A nivel nacional puedes pedir información en la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF).

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